Dirk Jaresch conoce las preferencias de sus clientes. Los viejos televisores de tubo son especialmente populares.
«Resisten un poco la presión y luego estallan de verdad», explica este hombre, de 64 años. Lo mismo ocurre con los ladrillos de vidrio, esos bloques gruesos y transparentes que se utilizan en la construcción de algunas viviendas. «También estallan así», dice Jaresch, de pie ante una habitación gris, horriblemente amueblada y sin ventanas. Habla como quien recomienda un buen vino.
Pero todo gira en torno a una cosa: la destrucción.
Un artículo de la agencia DPA destaca que Jaresch dirige las llamadas Salas de la Rabia en la localidad de Hattingen, en el oeste alemán. Quien acude al local de Jaresch quiere ver cómo se rompen las cosas. Reserva una franja horaria a partir de los 117 euros (123 dólares), recibe un equipo de protección y puede golpear cualquier cosa que Jaresch haya colocado en las salas. Vajillas, lavadoras, estanterías, de todo.
El concepto no es nuevo. Se dice que nació en Japón. Ya hay algunos locales en Alemania. Pero Jaresch es relativamente nuevo en el mercado, ya que abrió su espacio a mediados de 2023, y se ve a sí mismo como parte de una tendencia.
A principios de 2023, Jaresch vio una película en la que se destruía una habitación de hotel. Eso puso en marcha su cabeza. «Pensé: quizá sea una idea, ya que la ira y la agresividad están aumentando en nuestra sociedad», comenta. Tuvo la sensación de que había algo en el air y se siente reivindicado por la demanda.
De hecho, hay pocas emociones sobre las que se haya investigado tanto en los últimos años como la ira. En el discurso político, en la calle, en el mostrador del supermercado… se diagnostica en todas partes.
¿Habría llegado Donald Trump a la Casa Blanca sin ira? El término «ciudadano furioso» (Wutbürger, en alemán) ya está en el diccionario: «ciudadano que protesta y se manifiesta muy vehementemente en público por decepción ante determinadas decisiones políticas».
Estas consideraciones más teóricas quedan muy lejos del «Centro de Disturbios» de Dirk Jaresch, tal como se llama su negocio, junto el lema «Rompe, lo que se rompe».
Se trata de cuestiones muy prácticas, como encontrar las herramientas adecuadas. Bates de béisbol, barras de hierro y mazos cuelgan de la pared. EL local ha tenido malas experiencias con los palos de golf: «Simplemente no aguantan».
Muchos de sus clientes vienen con «un motivo», dice Jaresch. «Maestras de jardines de infantes, enfermeras cuyo trabajo está hasta la médula». Algunos también «han perdido a su pareja», comenta.
El 70 por ciento son mujeres, dice Jaresch, quien aprende mucho sobre las personas y sus patrones de pensamiento en sus salas. Los hombres -es muy preciso al respecto- a veces incluso intentan destrozar las ruedas de los coches. Sin éxito, por supuesto.
Las habitaciones desprenden el encanto de una sótano. Un lugar profundo y oculto. El edificio solía ser un búnker. «También fue atacado durante la Segunda Guerra Mundial porque había una posición antiaérea en el quinto piso, aquí arriba», explica Jaresch.
La ira es una de las llamadas emociones básicas, afirma el psicólogo clínico André Ilcin. Son intuitivamente innatas. «Lo que difiere, sin embargo, es cómo se desarrollan estas emociones básicas a lo largo de la vida y cómo maduran las emociones posteriores. Esto se debe a que, a lo largo de la vida, la forma en que afrontamos y regulamos nuestras emociones viene determinada por las normas sociales», explica Ilcin, quien trabaja en un centro de atención psicológica.
Como la ira suele considerarse negativa, en nuestra parte del mundo se suele enseñar a la gente a reprimirla. Sin embargo, este enfoque puramente negativo no es correcto, considera. «En términos psicoterapéuticos, yo diría que no es ni positiva ni negativa», dice Ilcin.
La ira también es necesaria para cambiar, por ejemplo. Te pone en modo activo, agrega. Sin embargo, Ilcin considera que dependiendo de cómo se haya aprendido a canalizar la ira, también puede conducir a acciones disfuncionales. Una razón para la mala imagen.
Las «Salas de la Rabia» son lugares en los que la gente tiene un canal para «quitarse la presión» sin sentirse culpable, dice Ilcin. De hecho, esto puede suponer un alivio.
«A largo plazo, por supuesto, los problemas solo pueden resolverse si abordamos las raíces de la ira, es decir, lo que nos hace enfadar», dice Ilcin, que también es experto de la Asociación Profesional de Psicólogos Alemanes. Acudir una y otra vez a las salas de ira como parte de la gestión del estrés no es tan aconsejable, sostiene este profesional.
Desde un punto de vista psicológico, vería entonces el peligro de que el cuerpo pudiera en algún momento vincular la reducción de la agresividad con la destrucción y la violencia, dice el psicólogo. De repente te encuentras en una situación completamente diferente, por ejemplo en tu propia casa. «Y el cerebro te envía señales como : «Tira las tazas de café contra la pared»».
En el negocio de Dirk Jaresch acaban de romper muchas tazas. Una clienta y su hijo salen de la «Sala de la Rabia», lo han destrozado todo. Lo que más le gustaba era golpear la lavadora, dice. Tenía algo de liberador. «Normalmente no lo haces», dice. ¿A qué se dedica? Ella se ríe y contesta: «trabajadora social escolar».